Soy Walter Mauricio Robles Rosales, abogado peruano, Profesor Principal de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la UNFV, especializado en Derecho Constitucional y Ciencia Política en pre grado y en las mestrías y doctorado.
Director de la Escuela Profesional de Derecho de la UNFV desde enero del 2011 hasta la actualidad. En este Blog, usted podrá encontrar artículos, ensayos y trabajos de investigación sobre Derecho Constitucional, Derechos Humanos, Derecho Administrativo, Ciencia Política, Conciliación, entre otros. Mediante esta página web pongo a disposición de todas las personas mis trabajos, asi como los comentarios de análisis político que realizo a través de diferentes medios de comunicación y eventos académicos que se llevan a cabo en mi país.
domingo, 21 de octubre de 2012

PostHeaderIcon Cuentos cortos: Flor roja o flor blanca



Flor roja o flor blanca

Por Walter Robles Rosales

No sabía dónde meter el rostro. Parecía un aterido pichón de avestruz. Su pequeña  gran vergüenza le enroscaba el alma. Una vez  más se orinaba en la cama. Su padre no sabía que hacer y su madrastra  opinaba que había que sentarlo sobre un ladrillo caliente, pues así  se  habían curado muchos, afirmaba con soltura. ¡Pedro ya puedes ir sacando tus frazadas al  techo!  -le espetaba Shatuca-  ¡Ese berrinche huele como la de un zorrino! ¿Por qué  tu hijo es así, ya tiene 14 años? ¿No será una maldición de su madre que no te perdona que se lo hayas quitado?  -Preguntaba Rosa. -Yo qué puedo hacer. Nadie en mi familia ha tenido esa enfermedad. Ya no es un niño, no sabe amarrar sus zapatos y para remate es un gago ¡ Carajo!  ¡Y aún sigue meándose en la cama como si fuera un bebé!. ¿Tú crees que nos hayan hecho brujería? ¿Y si vamos donde el brujo Sipán, dicen que es buenazo…   - Se preguntaba su padre, rascándose su cabeza canosa.

A fin del  año escolar en  el Centro Escolar de Varones 425, el único y popular colegio de varones, sin competencia en la ciudad de Barranca,  Noquito  una vez más era desaprobado. Se iba por el tercer año haciendo el tercer año. Todos sus primeros amigos culminaban la primaria y él, de nuevo tenía que  hacer el tercer año. Entonces su vergüenza de niño embrujado o enfermo  era triple. Nadie se le acercaba, porque casi no se bañaba, olía a berrinche y para remate era un burrito repitente. Parecía un condenado a la soledad y al fracaso.

Al llegar la noche le esperaba esa cama maloliente, si es  que cama podría llamarse un   catre viejo, con sus alambres descolgados que al  echarse en ella se  hundía como hamaca. Él no conocía de colchón. ¿ Y para qué colchón si  que con su orine lo iba pudrir?  -aseguraba la Shatuca. Basta  con la frazada que su tía Hilaria le ha traído de Pararín  -remarcaba su  madrastra.

Pero en esa cama de mugre, donde su almohada eran unos pantalones viejos sucios y agujereados, y  sin más pijama que sus calzoncillo de todos los días y su polo percudido de tanto sudor y de pésimo lavado, allí en esa  cama,  Noquito jugaba como cualquier otro niño  con sus fantasías. Soñaba que volaba, arriba, que se daba la mano con  las gaviotas,  perdiéndose entre nubes, tuteándose con las estrellas, la luna, y de pronto, un hilo de calorcito lo conducía al  mar frío, cayendo siempre al mar,  abrazándose con  los peces. En esos sueños solía encontrarse con sus amigos, los perros que cariñosos le lamían su infantil rostro,  charlaba con  las tórtolas a los cuales solía  cazarlas,  y  los  árboles amigos lo invitaban a treparse para gustar de los nísperos o las guayabas, entonces era un parlachín que trepaba las estrellas, una vez con la luna, otras con el sol, no estaba solo. Allí en esa  cama hundida hasta rozar con el  cemento frío, al  amanecer,  Noquito despertaba  cabizbajo, callado,  otra vuelta con esa humedad que  le  traspasaba como aguja su  mente, su  corazón, su alma. No recordando en qué momento, a qué hora o con qué sueños, se mojaba con ese orine.

Al amanecer, su triste padre de cabeza canosa, lo veía pasando raudo con su frazada  al hombro,  sigiloso se escurría   como una culebrita asustada por el techo  de  caña y tierra,  escondiéndose  de miradas  inquisidoras. Al volver del colegio, nuevamente tendía en su cama aquellas frazadas  gruesas y de colores,  tejidas con lana de oveja, que su tía Hilaria los había hecho con amor para su sobrino.

En la  escuela su vida era una tragicomedia. Comenzado con su profesor que  le preguntaba con sorna: ¿cómo te llamas? Noquito tomaba aire y  trabándose la lengua:  ¡No…no…no…noco!  -contestaba compungido-  provocando la  risa de todo el salón.  Y cada vez que el profesor pasaba lista,  al  aproximarse a la  “R” de  Ruiz,  Noquito  iba tomando aire, respiraba hondo, empujando palabras contestaba  ¡Pre…!  ¡Presente!  Y la burla  generalizada complacía al profesor en su mejor chiste a costa del  tarado y gago de  Noco.

En el Día de la Madre, él  no sabía  si  colocarse en la solapa una flor  roja o blanca, porque  ella de  vez en cuando se hacía presente.  No estaba   muerta, pero el  cariño o el afecto  estaban como ausentes. Y en ese día  tenía  una enorme vergüenza de  no tener junto a sus padres.  

Al pasar los años, cuando Noquito  a duras penas cruzó el umbral del colegio,  no sabe en qué momento, en qué hora y con qué sueños dejó de orinarse en la cama, sin necesidad de ir  a tratarlo con brujo alguno ni mucho menos quemarle las posaderas, lo cierto es que  desde entonces sus frazadas secas  fueron calientitas, y sintió que su hogar, a pesar de todo, era bueno.

Ocurrió que un día cualquiera,  el jovencito Noquito vió  en  la librería “suelo”,  unos pequeños libros que le llamó la atención. Los compró por lo barato y  los   títulos inquietantes:   “El poder de la palabra”, “Querer es poder” “El Quijote de la mancha”, “La cabaña del tío Tom”, “María”, “ Corazón” y otras ( de la Editorial Tor).   Él, que en sus vacaciones de estudio, de enero a marzo, tirando “pichana”, trabajando desde las 8.00 a.m. hasta las 5.00 p.m., o en el turno noche  de 7.00 p.m.  a 5.00 a.m.,  en unas de esa fábricas de anchoveta de Puerto Supe, en la época de Banchero, cuando un pescador de lancha, el bolichero,  ganaba entre  7 a 10 mil soles  semanales,  y  un trabajador de tierra como Noquito con su lampa, arrumando la anchoveta al gusano para que sea conducido a los  hornos y transformado en harina de pescado, listo para su exportación, ganaba  500 soles semanales, había ahorrado. Y leyó, leyó. Devoró libros como tiburón hambriento. La biblioteca municipal le quedó chica. Increíblemente ingresó a una universidad provinciana.  Así trascurrieron los años,  y casi no se supo nada de su destino.

¡Oye Lito, tú como presidente de la asociación de agricultores  debes  ir a conversar con el nuevo  Diputado, que es un  “pico e’ loro”,  para que nos ayude en las gestiones ante el Ejecutivo. Corremos el riesgo de perder las tierras  ¡qué  dices!  ¡Pucha… y quien mierda es ese Diputado!  ¿Cómo, no sabes?  -Recuerdas a ese patita llamado Noquito, que era gago, ese pues, ése…
 
Fin

Octubre, 2012

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